Gobierno omiso, sociedad indiferente: la fórmula del desastre en temporada de lluvias en Puebla
Cada temporada de lluvias, las imágenes se repiten una y otra vez como una triste tradición: autos atrapados bajo puentes, casas anegadas en colonias populares y no tan populares, derrumbes en cerros urbanizados, vialidades principales convertidas en ríos. Lomas de Angelópolis, la Recta a Cholula, Camino Real, la 11 Sur, la Atlixcáyotl, El Periférico, San Ramón, Amalucan… ninguna zona escapa. Pero hay que decirlo con claridad: la lluvia no tiene la culpa. Lo que colapsa no es el cielo, es la ciudad. Las inundaciones y encharcamientos en Puebla capital y su zona conurbada no son fenómenos nuevos ni imprevistos. Son consecuencia directa de años de malas decisiones, omisiones gubernamentales y una ciudadanía que también ha preferido mirar hacia otro lado y evade su corresponsabilidad. No estamos frente a desastres naturales inevitables, sino ante fallas estructurales que se repiten año tras año. Las causas que perpetúan estos desastres son múltiples, pero todas tienen algo en común: son humanas. Los gobiernos son cortos de vista y lentos de manos. En Puebla, gobiernos municipales y estatales han privilegiado la imagen por encima de la planeación. Miradas cortoplacistas trienales y sexenales que nunca atienden problemas de fondo. Se presume pavimentación de calles, pero no se invierte en renovar drenajes colapsados. Se autorizan fraccionamientos en zonas de recarga hídrica, como ocurrió en la reserva Atlixcáyotl o en las laderas del cerro Zapotecas, sin estudios de impacto ambiental serios. Se desarrollan zonas habitacionales como Lomas de Angelópolis sin infraestructura adecuada para enfrentar lluvias intensas. El resultado: colonias nuevas o de lujo que se inundan como las más antiguas. La falta de coordinación entre los tres niveles de gobierno es evidente. La limpieza de ríos y barrancas, la gestión del drenaje pluvial, la autorización de desarrollos inmobiliarios: cada instancia tiene una parte, pero nadie asume la responsabilidad completa. Y cuando llega la emergencia, la respuesta institucional suele ser reactiva, tardía y superficial. Peor aún: la rendición de cuentas es prácticamente inexistente. ¿Quién paga cuando una obra mal planeada termina generando afectaciones? Nadie. Por ejemplo, cuando se instaló la infraestructura de RUTA sobre la 11 Sur, se quitaron árboles para construir paraderos y se sustituyó el pavimento por concreto hidráulico con una deficiente canalización y drenaje. Hoy las calles aledañas en Agua Santa, Guadalupe Hidalgo y San Ramón, incluida la misma 11 Sur, se inundan afectando vialidades, negocios y viviendas en los cruces, en cada lluvia fuerte que se presenta. Mientras tanto, el drenaje y la infraestructura hidráulica —esas obras que no se ven, pero que sostienen a las ciudades— siguen en el olvido. Se pavimentan avenidas sin renovar el subsuelo, se inauguran colectores que no se conectan con nada, se gasta en imagen pero no en prevención. Y cuando la lluvia cae, colapsa todo: coladeras, calles, casas, vidas. La falta de coordinación entre los tres niveles de gobierno también pesa. CONAGUA tiene responsabilidad sobre cuencas, los municipios sobre el drenaje pluvial, los estados sobre permisos. Las y los diputados locales se toman fotos, organizan concursos, posan en TikTok, pero no plantean leyes y reglamentaciones preventivas. Nadie parece coordinarse. Y así, la respuesta llega tarde o simplemente no llega. También la ciudadanía perpetúa el desastre. Cada bolsa de basura tirada en la calle, cada coladera tapada por desechos, cada mueble viejo abandonado en la banqueta, cada casa construida sin permisos en una ladera, cada banqueta malhecha, suma. La cultura del “que lo arregle el gobierno” se convierte en complicidad cuando no se recoge la basura, no se denuncia, no se participa. Seguimos actuando como si el desastre fuera una sorpresa, cuando es una rutina. Llega el temporal, colapsan las calles, se inundan las casas, y entonces sí: vienen los reclamos, los videos en redes, la indignación. Pero pasa la lluvia y todo se olvida. Las afectaciones son la consecuencia de un sistema que privilegia la respuesta al desastre sobre la prevención estructural, la rendición de cuentas y la educación ciudadana. Abordar esta problemática requiere una transformación conjunta. Hasta la próxima. |
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