Ayer, martes 5 de agosto de 2025, alrededor de las 15:18 horas, una familia regresaba a su hogar en Puebla tras comprar una camioneta Hyundai Tucson. Circulaban por la autopista Puebla‑Orizaba, en el kilómetro 132 + 800, cuando fueron interceptados por hombres armados que viajaban en otro vehículo. Sin mediar palabra, les cerraron el paso, los obligaron a descender y, tras intentar despojarlos de su unidad, dispararon sin piedad. El saldo fue devastador: dos hombres fallecieron en el lugar, mientras que una persona más resultó herida de gravedad y fue trasladada a un hospital poblano. La Hyundai Tucson fue abandonada metros adelante, y los agresores huyeron en ambos vehículos que transportaban. Desde luego, no se trató de un momento desafortunado: fue un acto de violencia premeditada y brutal, llevado a cabo con total impunidad. Las víctimas eran personas comunes, una familia que salía a trabajar y a comprar un coche, sin imaginar que en ese preciso instante se estaban jugando la vida. La escena del crimen fue acordonada por la SSP y la Guardia Nacional, y la autopista se cerró en sentido a Ciudad de México por más de una hora, mientras la Fiscalía realizaba el levantamiento de cuerpos y las primeras diligencias. Hasta el momento de la redacción, no se habían reportado detenidos. Una tragedia que duele y exige acciones urgentesLo ocurrido en Amozoc no debe quedar en una nota más. Es un grito que sacude: nuestras autopistas están lejos de ser seguras. Transportistas y usuarios han denunciado reiteradamente que en este tramo operan bandas que usan vehículos sin placas, luces estroboscópicas, e incluso se hacen pasar por autoridades para engañar y agredir. Si a plena luz del día ocurren asesinatos para robar una camioneta nuevecita, ¿qué espera el Estado para actuar con firmeza? Esto requiere vigilancia constante, operativos permanentes del Estado, coordinación real entre Guardia Nacional, Policía Federal y Fiscalía. Pero no basta con presencia policial. Hace falta empatía por las familias destrozadas. Necesitamos que se reconozca su dolor, se haga justicia, y se diseñen estrategias preventivas, no solo reactivas. La narrativa del “Cero robos en carreteras” no puede quedarse en promesas: debe traducirse en resultados medibles y reducción real de crímenes. Una madre llora, un camino se rompeDetrás de dos cuerpos tendidos en la carretera hay historias truncadas: hijos que no volverán a ver a su padre, madres que no sabrán cómo explicar lo inexplicable. Ese dolor debería moverse a quienes tienen el poder de cambiar las cosas. No estamos frente a estadísticas: estamos frente a personas, y frente a una familia que pasa de comprar un vehículo a enterrar a dos seres queridos. Hasta que no se entienda la magnitud humana y social de estas pérdidas, seguiremos siendo testigos de tragedias evitables. La seguridad no es un lujo: es un derecho. Salir a trabajar, a comprar un auto, a volver a casa, no debería ser una apuesta al azar. Cada kilómetro transitado merece protección, justicia y dignidad.
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