Lunes 10 de Noviembre de 2025 |
En las festividades alusivas a Muertos, recorrí los Altares Monumentales de Huaquechula, un municipio ubicado a poco más de 50 kilómetros de la capital poblana, donde el 74% de su población vive en situación de pobreza. Durante el recorrido, las familias presumían con orgullo haber invertido entre 50 mil hasta 150 mil pesos entre el altar y la comida que ofrecen a las y los visitantes, lo cual contrasta con la condición socioeconómica de sus 29 mil habitantes, quienes el 53.3% solo pudieron terminar la primaria y el 4.86% tuvo la oportunidad de cursar hasta licenciatura, según Data México. Desde la llegada a Huaquechula, te recibe una calle invadida por las y los vendedores ambulantes: desde fritangas y sombreros hasta chunches chinas y un puesto con paquetes sorpresa de Mercado Libre. Aunque por momentos logras conectar con la auténtica tradición de Muertos, poco a poco, la fiesta empieza a salirse de control: a cada tantos metros de distancia, las y los vecinos abren su cochera para vender azulitos, clamatos y caguamas con la música de Juanes y Shakira a todo volumen: “Ya vas a ver cómo van sanando poco a poco tus heridas”, quizá el corazón roto de la cantante colombiana era lo más cercano a la muerte que se celebraba en esa calle principal de Huaquechula.
En la presidencia municipal todo se desbordó: las cumbias sonaban a todo volumen con la “La Chona” de fondo, lo cual impedía tener una plática amena con la persona de enfrente o incluso pedir informes sobre los precios de los productos que ofrecían; puestos de comida al por mayor: fritangas, memelas, paquetes de medio kilo de cecina con tortillas incluidas en 300 pesos y, por supuesto, más y más alcohol. La gente se empujaba para poder pasar. Si querías tomar fotos para guardar un recuerdo de la tradición de ese pueblo, que por lo menos se remonta a hace 50 años, prácticamente era imposible que saliera una imagen libre de gente. Con cierta decepción, después de Huaquechula intentamos entrar a Atlixco para recorrer sus catrinas gigantes, pero por el tráfico intenso y el tumulto fue imposible. Te puede interesar: Turismo en tiempos de crisis, una lección de comunicación efectiva: Mora Guillén ¿Qué es la turistificación? Todo parece indicar que la turistificación ha llegado a Puebla... y no se va a ir pronto. La turistificación, un término acuñado por la española Elena Cerdá, se refiere al proceso de transformación urbana, social y económica que ocurre cuando el turismo se dispara en áreas que originalmente no estaban destinadas para este fin. Según Cerdá, uno de los efectos más visibles de la turistificación es la pérdida de identidad cultural: “Comercios locales desaparecen, son sustituidos por tiendas para turistas. El destino empieza a perder su esencia… Muchas ciudades se han convertido en escaparates globales donde ya no importa si uno está en Lisboa, Roma o Ciudad de México”. No muy lejos de Puebla, está la experiencia de Oaxaca, que ya es de los turistas y no de las y los oaxaqueños; sus precios lo comprueban: rentas de Airbnb en más de tres mil pesos la noche, sus restaurantes donde por una tostada de “bichos” o media tlayuda con camarones pagas más de 300 pesos.
O qué tal ese con restaurante Estrella Michelin, donde tienes que mantener callados y sentados a tus hijos con tal de que el turista, de origen estadounidense la mayoría, no se moleste… o su Guelaguetza, que prácticamente dejó de ser la fiesta del pueblo y ahora es solo para quien pueda pagar mil 500 pesos por asiento. En Puebla aún estamos en pañales, y fenómenos como la gentrificación (proceso de renovación urbana que causa el desplazamiento de un barrio popular a los residentes originales de bajos ingresos por otros de mayor poder adquisitivo) y la turistificación apenas han comenzado a notarse. ¿Qué ha hecho el Congreso de Puebla para detener la gentrificación?El Congreso de Puebla avaló apenas en septiembre de este año un dictamen para incorporar el concepto de gentrificación a la Ley de Ordenamiento Territorial y Desarrollo Urbano del Estado de Puebla, con el fin de evitar que este fenómeno urbano ponga en riesgo a las personas pobladoras originarias y al tejido social y cultural en el estado. Aunque ya lo tienen en el radar, las autoridades deben empezar a tomarse en serio un fenómeno que les ha quitado la esencia a colonias enteras, convirtiendo en un tipo Disneylandia todo lo que toca. Tanto la gentrificación como la turistificación han encarecido la vivienda, han precarizado el trabajo, porque para que cierta gente gane mucho dinero, tiene que haber mucha gente en una situación muy precaria, y han limitado la vida cotidiana de los residentes, quienes prefieren ya no salir con tal de evitar tumultos o gastar más dinero en algo que no lo vale. El objetivo en Puebla no debería ser fomentar el turismo voraz que enriquece solo a unos pocos; lo ideal es atraer menos visitantes, pero con una mayor conciencia y respeto por la comunidad. Menos cantidad, más calidad. Las autoridades deben priorizar, a toda costa, la protección de la vida local, porque al final, no se trata de llenar calles, sino de preservar la esencia de Puebla para que siga siendo nuestra y para que siga siendo auténtica. |