Martes 16 de Diciembre de 2025 |
¡Vecinas, vecinos!
Miren ustedes que, durante años, el Museo Internacional del Barroco fue ese pariente incómodo del presupuesto estatal por carísimo, lejano, bonito en las fotos aéreas y absolutamente vacío la mayor parte del tiempo.
Un elefante blanco con pretensiones europeas, construido para la élite, visitado por pocos y pagado por todos.
Mucho mármol, mucha curaduría sofisticada… pero, cero identidad popular.
Un museo que las y los poblanos veían desde lejos, como quien observa un yate ajeno desde la orilla.
Ahora el gobernador Alejandro Armenta Mier decidió moverle las costillas al mastodonte. No lo va a tirar —que ya bastante costó—, pero sí pretende hacerlo caminar.
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La idea es que el Barroco siga siendo museo, pero que también se vuelva universidad. Que donde antes había silencio de sala vacía, ahora haya estudiantes, talleres, conferencias, pinceles, partituras y clases al aire libre.
¿Plausible? Sí.
¿Viable? Eso está por verse.
El plan suena razonable: No destruir, sino reciclar. No cerrar, sino abrir. No seguir pagando por un recinto fantasma, sino intentar democratizarlo. Convertir ese centro de élite —vacío y solemne— en un espacio con vida cotidiana. Que el Museo Internacional del Barroco deje de ser un monumento al capricho aristocrático y se vuelva, por fin, un lugar habitado.
Reducir la tarifa, abrir cursos, meter jóvenes y adaptar aulas sin pelearse con la arquitectura ni con los árboles. En el papel, todo luce bien. Incluso suena a justicia poética que el edificio más caro del sexenio morenovallista sea convertido en una universidad pública de bellas artes.
Alejandro Armenta tiene razón en algo incómodo: nadie se identifica con el Museo Barroco. No por falta de amor al arte, sino porque nunca fue pensado para la gente común. Fue un museo “de escaparate”, armado con piezas prestadas, saqueando otros recintos para vestirlo y hasta dañando obras con chips pegados con kola-loka, como si fueran suéteres del Zara cultural.
Así que el intento de rescate se agradece. Celebrar la intención no implica bajar la guardia. Porque Puebla ya pagó demasiado caro ese monumento al exceso como para permitir que ahora se convierta en un monumento al buen propósito mal ejecutado. Por lo pronto, el elefante blanco se quiere volver aula. Veremos si aprende a caminar… o si solo cambia de disfraz.
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Acuérdense que el que se enoja pierde.
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