Poblanos sufren mayor ansiedad e insatisfacción: precario el acceso a la salud mental

Puebla es el noveno estado con más personas con síntomas de depresión, al registrar una prevalencia en el 17 por ciento de la población.

*nombre ficticio por el anonimato

 

Hace algunos años para Fausto*, un hombre de 28 años, los días eran insoportables. Empezaban normal; se levantaba y se preparaba para ir a la universidad. El problema era que el día se podía transformar en cualquier momento.

De la nada le venían a la cabeza ideas negativas —de desconfianza, de ira— sobre las personas que le rodeaban: familia, amigos, pareja y hasta de la gente en la calle.

“No había una razón aparente para sentirme así, pero sentía que odiaba a todos literalmente, nadie podía ni hablarme ni nada porque me ponía de malas, era algo horrible”, cuenta Fausto.

Había algunos detonantes, como el estrés que le generaba el largo camino hacia la universidad; pasaba casi un par de horas en camiones llenos y que se atoraban constantemente en el tráfico. 

“Luego del estrés del viaje llegaba a la universidad casi casi temblando, de las manos, de las piernas, de todos lados; y por lo mismo no quería entrar a clases, entraba a clases y no entendía nada, me sentía de la chingada”

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Sin embargo, esta situación le podía pasar a cualquier hora y en cualquier lugar, en la calle, en medio de sus clases, incluso antes de salir de su casa. Había veces, dice, que prefería no ir a la universidad, “para evitar los desastres del viaje”.

Para ese entonces ya había ido al psicólogo y al psiquiatra y tomaba medicación. Primero le diagnosticaron ansiedad, después depresión y por último el trastorno de bipolaridad.

Llevaba algunos meses con el tratamiento farmacológico, pero pronto generó resistencia al mismo.

“Para sentirme bien empecé a tomar pastillas de más, y luego empecé a combinarlas con alcohol o cosas así, y entonces empecé a tener un chingo de problemas en todos los aspectos de mi vida, porque me dormía por días y luego tenía lagunas mentales de semanas, de una, de dos semanas. No me acordaba de nada“, relata.

 

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La salud mental es esencial para tener una vida plena

Para tener una vida plena una persona no sólo debe estar sana físicamente, también mental y emocionalmente, asegura la psicóloga Gabriela Gárate Cahuantzi.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS) la salud mental es un estado de bienestar emocional, psicológico y social en el que las personas son capaces de hacer frente al estrés normal de la vida, de trabajar de forma productiva y de contribuir a su comunidad.

En ese sentido, dice Gárate Cahuantzi, con la salud mental se busca que el ser humano logré conectar y conocer sus pensamientos y sus emociones para que pueda construir una autoestima alta, una personalidad bien desarrollada y las suficientes habilidades socioemocionales —empatía, manejo de emociones, autoconocimiento, entre otras— que le permitan vivir plenamente en su entorno. 

Asimismo, para que tenga una buena relación con el contexto social en el que se desenvuelve, “en todas las relaciones en las que se vea involucrado a través de su ciclo vital”.

La salud mental, señala la Doctora en Psicología Social Nora Hemi Campos Rivera, se puede ver afectada por diversos factores. “Hay una asociación bio-psico-socio-cultural en la salud mental”.

Por ejemplo, un trastorno mental puede derivar de alguna cuestión orgánica, de algún daño a nivel cerebral, pero también de la percepción del entorno social y cultural, del impacto de lo que ocurre en los contextos en los que se desarrollan las personas.

“Tiene que ver mucho con todo lo que observas, con cómo has crecido, con tu desarrollo. Te pueden afectar los cambios, tanto buenos como malos, todo lo que aprendiste de la estructura familiar y social desde la infancia”, explica Campos RIvera.

De acuerdo con la OMS, existen 400 tipos de trastornos mentales (algunos más conocidos que otros). Entre estos, puntualiza la especialista, puede haber trastornos afectivos —relacionados con las emociones—, trastornos alimentarios —vinculados con la conducta alimentaria—, trastornos conductuales —relacionados con el comportamiento social—, entre otros.

Estos trastornos, menciona Gabriela Gárate, se pueden desarrollar desde la infancia, por lo que es indispensable no subestimar ningún indicio —como la falta de concentración o la poca intención de hablar— de los infantes que pueda sugerir una perturbación en su desarrollo.

De esta forma, subraya, se puede prevenir que en su adolescencia o adultez las personas tengan muy desarrollado alguno de estos trastornos. 

A nivel nacional, según la Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado (ENBIARE) 2021 del INEGI, Puebla es el estado en donde más personas tienen síntomas de ansiedad, ya sea en un grado moderado o severo.

De acuerdo con los datos, en la entidad poblana el 57.8 por ciento de la población reconoce tener síntomas de ansiedad, una cifra que supera la media nacional (50.7 por ciento).

Por otro lado, Puebla es el noveno estado con más personas con síntomas de depresión, al registrar una prevalencia en el 17 por ciento de la población. Y aunque en esta lista no se encuentra hasta arriba, la entidad también supera la media nacional (15.4 por ciento).

A decir de las especialistas, en el estado podría haber una cifra negra de los diversos padecimientos mentales, ya que no hay una vigilancia ni seguimiento oportuno. Se estima que en el país, apenas el uno por ciento de la población acude al psicólogo. 

Otro indicador apunta que Puebla es la segunda entidad en donde más insatisfechos con su vida se sienten sus habitantes.

 

“Sentía que los efectos negativos eran más que los positivos”

Fausto recuerda que cuando era adolescente ya sentía, aunque en un mejor grado, los sentimientos de desconfianza y extrañeza hacia las personas con las que convivía.

No obstante, buscó ayuda profesional hasta los 21 años. Primero fue con un psicólogo, las cosas no mejoraron

Luego fue canalizado con un psiquiatra, quien después de algunas sesiones le comenzó a recetar un tratamiento farmacológico. 

En un principio los medicamentos funcionaron, pero meses después sus efectos fueron disminuyendo, la dosis recetada ya no le era suficiente para calmar sus malestares.

Con el psicólogo ya no iba. Con el psiquiatra iba cada seis meses, y cuando lo veía le comentaba sus complicaciones con los medicamentos.

A lo largo de los cinco años que tenía que durar su tratamiento —fue alargado por unos meses—, los medicamentos y las dosis fueron variando; siempre hacia arriba, hacia algo más fuerte, pese a que Fausto subrayaba demasiado los efectos secundarios que le provocaban esas variaciones: insomnio, lentitud al hablar, pérdida de la memoria. 

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“Por momentos me sentía bien, pero andaba muy atontado. Sentía que los efectos negativos eran más que los positivos”, señala. Las sensaciones internas se iban calmando.

“A veces para no sentirme de esa manera, combinaba pastillas y alcohol, pues pensaba que me hacía más sociable, bueno, no me ponía a socializar sino que me hacía tolerar a las personas”.

Luego surgieron problemas que le impidieron continuar costeando su tratamiento y  tuvo que buscar una alternativa en el seguro social; aunque no pudo concretarse porque comenzó el confinamiento y la readaptación de los hospitales por la pandemia de covid-19. En cuanto a los medicamentos la situación fue la misma, no tomó más su medicación ya que se comenzó a presentar un desabasto.

 

Se puede perder el interés por la atención poco frecuente

Atender la salud mental de manera eficiente en Puebla es prácticamente un privilegio. Si se tienen los recursos suficientes los pacientes pueden buscar la que consideren la mejor opción. 

Pero es importante aclararlo, un tratamiento en el ámbito privado no garantiza avances significativos; lo que es cierto es que en las instituciones públicas la manera con la que comúnmente gestionan los tratamientos sangra las posibilidades.

La principal diferencia entre la atención de la salud mental en el ámbito público y en el privado, dice Gabriela Gárate, son los tiempos entre consulta y consulta; en el primero las personas pueden esperar uno o dos meses para la siguiente consulta. En lo privado se puede seguir el intervalo de una semana, que es el recomendado.

Aunque esto también varía, refiere Nora Campos, ya que hay casos en los que es necesario un intervalo menor

“Se recomienda que sea semanal, dependiendo de la prioridad. Si tú tienes una persona con una inclinación suicida obviamente no la vas a ver de aquí a un mes o de una semana, es una prioridad porque está en riesgo su vida. Entonces la tienes que ver a lo mejor al otro día, depende del caso, a veces ni siquiera es recomendable dejarla ir”, expone

Los tiempos prolongados entre consulta, asevera Gabriela Gárate, pueden provocar desinterés y desesperanza entre los pacientes. 

“Se va perdiendo la continuidad, surge la desesperanza aprendida, que es cuando al no ver cambios en su estado de ánimo, las personas piensan que las cosas siguen igual y dejan de tener apertura a movilizarse, a desarrollarse, a aprender.

Algunos especialistas atribuyen esta falla en la atención de la salud mental a la falta de profesionales en psicología o psiquiatría.

Según el académico de la Facultad de Psicología de la UNAM Francisco Martínez León, en México únicamente hay un psicólogo para cada 300 mil habitantes.

Por otro lado, de acuerdo con un informe de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente (INPRF), en el país en 2016 sólo había 4 mil 393 psiquiatras, es decir, cuatro especialistas de esta área para cada 100 mil habitantes.

La misma investigación apunta que menos del 2 por ciento de los estudiantes de Medicina escogen dicha especialidad.

Campos Rivera subraya otras de las causas de los pocos resultados en la atención de la salud mental en el ámbito público: la duración de la consulta.

“La regla es que sea de 50 minutos, pero muchas veces se requiere de más tiempo. Va a variar el tratamiento, por el tiempo que las instituciones públicas te van a proporcionar”

Otras fallas en la mencionada atención, destacan ambas expertas —tanto en el ámbito privado como en el público—, son la falta de especialización y actualización de los psicólogos y psiquiatras y la escasa retroalimentación y cooperación entre estos. 

 

Algunos aspectos relacionados con la salud mental cambiaron

Aunque Fausto ya no sigue un tratamiento —desde hace más de un año—, en los últimos meses se ha sentido mejor, ya no son regulares los sentimientos de desconfianza o de ira.

Duda en si volverá a buscar ayuda profesional, pero reconoce que fue importante este paso que tuvo atendiendo su salud mental. Ha encontrado algunas alternativas como fumar marihuana o salir con sus amigos que calman su ansiedad o reducen su insomnio.

Durante la pandemia, destacan Gabriela Gárate y Nora Campos, algunas cosas relacionadas con la salud mental cambiaron: la demanda de atención psicológica aumentó, algunas instituciones públicas como la Secretaría de Educación Pública (SEP) mostraron un mayor interés en el área y, sobre todo, la población le dio más respeto e importancia a la salud mental.

No obstante, aclaran, se ha avanzado pero es un camino largo, pues los factores sociales, económicos y culturales evitan que se le de los niveles de importancia idóneos. 

De acuerdo con un análisis realizado a partir de una encuesta que realizó la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2016, a nivel mundial México es el segundo país con más estigma hacia y entre las personas con padecimientos psiquiátricos.

Algo fundamental para lograr acabar con ese estigma, apunta Campos Rivera, es el involucramiento de la ciudadanía con los aspectos relacionados con la salud mental.

 

El autocuidado es fundamental para cuidar la salud mental

Nora Hemi Campos Rivera afirma que el autocuidado es algo esencial para cuidar la salud mental. La psicóloga puntualiza que el autocuidado hay que llevarlo a diversos aspectos de la vida. 

El autocuidado intelectual (las acciones que se hacen para nutrir el intelecto), el autocuidado cognitivo (el análisis de los pensamientos; optimistas, negativos, catastrofistas), el autocuidado social (cómo están las relaciones sociales, qué se hace para mantenerlas, qué se aportan).

Además, el autocuidado espiritual (no necesariamente relacionado con la religión, sino con la forma con la que se percibe el sentido de la vida), el autocuidado físico (la alimentación, actividades saludables).

“Es esencial que constantemente revisemos todos los aspectos de nuestra vida, que las trabajemos, para que en el mediano y corto plazo no tengamos complicaciones con nuestra salud mental”, subraya Campos Rivera 

 

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