La historia de la desgracia cultural de Puebla, parte 4 (Barbosa y la pandilla Vergara)

Y aquí seguimos entre la culta rabia y el culto asombro, aguardando una improbable salvación, culta o no, ¡pero efectiva, por Dios!

Vecinas y vecinos, llegamos a esta su última entrega de una crónica anunciada sobre la debacle cultural en Puebla.

Pero, la historia que don Julio nos comparte estaría incompleta si no hablamos del corto, pero desastroso, gobierno de Luis Miguel Barbosa Huerta.

Aquí vamos…

El último tramo de esta tenebra cultural comenzó con dos tragedias: una elección sospechosa y un lamentable accidente.

Estos, a su vez, incubaron dos extrañezas: el interinato y el curioso interés cultural del mal llamado “barbosismo”.

Durante el interinato se ahondaron las penurias del cultismo poblano, pues designaron al frente de la aún existente subsecretaría a Montserrat Gali, indiscutible académica de primer nivel e inexperta total de la política cultural de un estado como Puebla con alta putrefacción culterana.

Para alivio de la doctora, entrando Barbosa le pidieron que renunciara porque pondrían en su lugar a otro buapachoso, al antropólogo Julio Glockner Rossainz (homónimo del auditorio).

Nunca se supo porque Barbosa lo eligió para el puesto y hasta el mismo Julio se decía sorprendido por ello, más aún porque ya comandaba la oficina de Cultura de San Andrés Cholula.

Lo cierto es que llegó y, como los cubanos de antaño, lo hizo "tumbando caña" y en cuestión de meses se peleó con la Orquesta sinfónica, con el director de Museos y, sobre todo, con las tres colaboradoras (amigas, enemigas o algo peor) que sacó del anonimato laboral y económico y que terminaron denunciándolo (y corriendo), después de la incomprensible, estrambótica y surrealista función de lucha libre que llevó a cabo en el “gran” museo que costó 8 mil millones de pesos.

Zanjado este penoso episodio, confiábamos en que el primer gober de la 4T recompusiera el rumbo cultural, pero en vez de ello lo empeoró designando a Sergio Vergara Berdejo, a pesar de que tan solo unas semanas antes el mismísimo Diego Prieto, director del INAH, lo había definido, con todas sus letras, como el peor enemigo (o algo así) de la cultura en Puebla.

¡Y anda tú!

El barbosismo en el pecado llevó la penitencia, pues hasta la fecha no termina de aclararse si la pandilla Vergara fue más mentirosa que ladrona o más ladrona que cínica.

Y quién sabe en qué más habría acabado el desaguisado cultural, pero Luis Miguel ya no lo presenció y, esa nueva desgracia en este increíble sexenio, permitió heredar las malas prácticas: cobrar y obrar como lo habían hecho hasta entonces.

Ante tal calamidad, el gremio cultural en pleno se desvivió en rezos y mandas rogando a Dios por un milagro, pero no fueron escuchados y el gobernador Sergio Salomón Céspedes designó en Cultura a otro Glockner (menos conocido y menos conocedor de la Cultura que su pariente) y, en Museos, a Anel Nochebuena Escobar, la eterna candidata a secretaria del ramo.

Y aquí seguimos entre la culta rabia y el culto asombro, aguardando una improbable salvación, culta o no, ¡pero efectiva, por Dios!

Para terminar y después de leer esta veloz exhibición de la debacle cultural poblana, ¿díganme si los cultos de a pie merecen todo lo vivido?

A lo mejor sí, porque poco o nada hemos hecho como sociedad organizada por detener la horrenda degradación cultural que nos tiene al borde del culterano infarto.

Y, todo ello, a solo unos cuantos años del acontecimiento histórico cultural poblano más importante de este mileno: los primeros 5 siglos de existencia como grupo humano; y que, para mal o para bien, marcará nuestro futuro como cultos orgullosos o incultos desgraciados…

Hasta aquí esta triste historia que nos compartió nuestro amigo Julio.

Ojalá y pronto, en el siguiente sexenio, les tengamos mejores noticias al respecto.

Es cuanto, vecinas y vecinos.

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